divendres, 7 de setembre del 2012

Fue en una sala pequeña en Barcelona. Fui a un concierto con él; un concierto de un grupo que apenas conocía pero que sonaba en mi iPod algunas veces. Él lo sabía, y en uno de sus intentos de fingir que ponía un poco de esfuerzo en nuestra relación, me había regalado entradas. Esa noche, después de cinco años sin saber nada de ti, te sentí. Él había ido al baño a meterse coca y yo estaba sola. Cada vez que pasaba eso me sentía más y más pequeña.

La gente bailaba y cantaba a mi alrededor. La música me mareaba. Me apoyé en una columna y cerré los ojos. Y te vi. Tu pelo, tus ojos verdes, tus piernas largas. Después de cuatro años sin pensar en ti, todavía podía verte. Después de seis años sin verte, te eché de menos. Quería abrazarte y volverme a sentir segura; segura y sin miedo como sólo se siente uno con el primer amor, cuando todavía se tiene el corazón rojo e intacto. Lo nuestro nunca fue fácil. Tú no eras valiente y tenías a tu mundo en contra. Yo tenía miedo a perderte y eso fue al final lo que echó todo a perder. Esa noche, creí sentir tu olor. Y algo me empezó a doler por dentro.

Él volvió, acelerado, ausente, sonriente. Siempre creía que yo no sabía nada, que no me daba cuenta. Se abrazó bailando a mi espalda. Pegados, lo sentía más lejos que nunca. Y lo quería más lejos que nunca. 

Cuando tres días después me dijeron que habías estado ahí, en mi ciudad, en la misma sala, en el mismo concierto, el dolor que había nacido esa noche me hinchó el corazón y me estalló en la cabeza. 

Si hubiera sabido que estabas ahí, te hubiera buscado. No éramos tantos, apenas unos doscientos; te hubiera encontrado. 

Si hubiera sabido que en el kilómetro 439 de la vuelta a tu ciudad ibas a perder la vida, me hubiera ido contigo.